Erase una vez un león que vivía en un desierto donde soplaba mucho viento, y debido a eso, el agua de las charcas en las que habitualmente bebía no estaba nunca quieta, ya que el viento rizaba la superficie y nunca se reflejaba nada.
Un día el león se adentró en el bosque, donde solía cazar y jugar, hasta que se sintió algo cansado y sediento. Buscando agua, llegó a una charca que contenía el agua más fresca, tentadora y apacible que posiblemente se pueda imaginar. Los leones, como otros animales salvajes, pueden oler el agua, el perfume de esta agua era para él como ambrosía.
De modo que el león se acercó a la charca y alargó el cuello para beber un buen trago. De repente, sin embargo, vio su reflejo y se imaginó que era otro león.
– ¡Ay! – pensó para sí -, esta agua debe pertenecer a otro león; será mejor que vaya con cuidado.
Retrocedió, pero entonces la sed le hizo volver de nuevo, y otra vez vio la cabeza de un temible león que le devolvía la mirada desde la superficie de la charca.
Esta vez nuestro león esperaba poder ser capaz de ahuyentar al “otro león”; y así abrió sus fauces y dio un terrible rugido. pero tan pronto como enseñó sus dientes, por supuesto, la boca del “otro león” también se abrió; y a nuestro león esto le pareció una horrible y peligrosa visión.
Una y otra vez el león se apartaba y volvía de nuevo a la charca.
Una y otra vez tenía la misma experiencia.
Después de un largo rato, sin embargo, estaba tan sediento y desesperado que decidió: ¡Con león o sin león, beberé de esa charca!
Y he aquí lo que pasó: tan pronto como el león hundió su rostro en el agua; “el otro león” desapareció!!!