Actualmente sabemos que hay evidencias entre un buen rendimiento académico y un adecuado desarrollo emocional. Las emociones se pueden educar. Ser capaz de entender las emociones, canalizarlas y gestionarlas de forma adecuada es muy importante. Cómo se realice ese aprendizaje desde la familia será determinante para el futuro de un niño.
Esta claro que nadie nos prepara para ser padres y en ocasiones nuestro sentido común no es suficiente. Somos el modelo principal que tienen nuestros hijos, de manera que desde muy pequeños identifican sus propias emociones en función de lo que observan en las nuestras, de nuestras propias reacciones. Si nos ven en estado de alerta, ellos se ponen también en alerta. De la misma manera que cuando son pequeños y se caen, nos miran y en función de nuestro gesto de susto, empiezan a llorar o se levantan sin más.
La adolescencia no es una etapa fácil. Ya no quieren pasar tiempo con nosotros, se aíslan en su cuarto, tienen su propia opinión… Comprender este cambio de etapa, no a todo el mundo le resulta fácil. Olvidamos con mucha facilidad nuestro propio paso por ella. Nuestra falta de comprensión en esta época de cambios pueden generar tensiones en casa y momentos difíciles de controlar. Y si bien es cierto que establecer límites va a ayudar, el vivir esta etapa de manera normalizada y desde la comprensión que por parte de los adultos se merece, ayudará a que el adolescente la afronte con responsabilidad y ganas de comunicarse.
Diez orientaciones básicas para convivir con un adolescente:
1.- Es muy importante potenciar la comunicación en la familia. Buscar espacios para hablar y escuchar activamente, dejar al lado lo que estemos haciendo, parar, dejarles expresarse libremente, escucharlos activamente y por supuesto no juzgarles ni criticarles.
Si un niño nos está contando cómo se ha sentido ante una situación y se la criticamos o se la negamos, el efecto inmediato será el de siguiente: no volverá a contarnos cómo se siente ante otros conflictos debido a que ha recibido la señal de que diga lo que diga y se sienta como se sienta, a su padre/madre no parece importarle. Es como si llegamos del trabajo y comentamos a nuestra pareja que hemos tenido un mal día y él/ella nos contesta con un “no será para tanto” ¿Verdad que se siente uno/a mal? En cambio si su respuesta es un comentario desde la empatía “vaya, tuviste que sentirte mal”, nos hace sentirnos mejor. No hagamos con nuestros hijos lo que no nos gusta que nos hagan a nosotros. Evitemos los chantajes emocionales, los discursos, culpabilizar y dar órdenes. Respetemos sus puntos de vista para que aprenda a respetar los de los demás.
Abramos la puerta al diálogo en casa. Los niños, los adolescentes y hasta los adultos necesitamos un espacio para hablar. Podemos ayudarles a expresarse utilizando preguntas abiertas para que puedan contarnos cómo se sienten. Recordemos que al igual que nosotros, tienen mucho que contar. Un buen momento que se puede aprovechar para preguntarles por sus rutinas, sus amigos, sus planes… es la hora de las comidas.
2.- Las personas tenemos debilidades, nos equivocamos, metemos la pata muy a menudo, pero también tenemos potencialidades y a veces se nos olvidan. Reconocer sus fortalezas, felicitarles por sus logros y sus esfuerzos, les hará saber que también vemos en ellos esos aspectos. Conseguiremos más centrándonos en aquello que hacen bien, que en sus debilidades. Necesitan saber que tienen muchas y buenas cualidades. No les etiquetemos con sus conductas inadecuadas. Es muy importante recordarles que les queremos “hagan lo que hagan”. Aceptémosles tal y cómo son.
3.- Ayudarles en los momentos difíciles.- Ante situaciones complicadas para ellos, lo que necesitan no es que los critiquemos ni que le quitemos importancia, sino que les acompañemos. Muchas veces basta únicamente con “estar”. Que sepan que estamos para lo que necesiten, escuchando, sin hacer juicios de valor, sin reprimirles sino sabemos que decir. Es el momento de normalizar sus emociones: “es normal que estés triste, yo en tu lugar…, a mi me pasó…” y de no dar nada por hecho. Dejemos dejarles tiempo y espacio para que se expresen. Es necesario transmitirles seguridad, calma, para después ayudarles a gestionar sus propias emociones, de manera que puedan afrontar las situaciones o solucionar sus problemas. Debemos recordar que el conflicto es necesario para aprender. Como dice Lucía Galán: “las alegrías se celebran y las penas se lloran.”
4.- Hablarles desde el “YO”.- Ponernos a nosotros mismos como ejemplo les hará sentir que entendemos sus sentimientos porque también hemos pasado por situaciones similares.
5.- Hacerles peticiones una a una.- No debemos aprovechar un conflicto para recriminarles por actitudes o errores pasados. “Estamos a lo que estamos” en ese momento. Los conflictos deben ser tratados uno a uno, preguntando y no acusando. No utilicemos palabras lapidarias como: nunca, siempre, todo o nada. Cada conflicto tiene su tiempo y debe ser discutido.
6.- Evitar las riñas y las negociaciones en momentos de enfado.- Si lo que deseamos es un cambio de actitud, una disculpa o una aclaración el peor momento para hacerlo es cuando llegan a casa acalorados. Su cerebro no está preparado para comprender lo que queremos. No es el momento. Primero necesitan llegar a la calma para poder ver con claridad lo que intentamos explicarle. Una vez calmados podremos mantener una conversación positiva. Ayudemos con preguntas abiertas y sin juzgar para llegar a encontrar soluciones entre las dos partes. Ni que decir tiene que si somos nosotros los que nos encontramos airados, debemos posponer las conversaciones hasta que nos hayamos calmado. No debemos ponernos nunca en su nivel. Un adolescente necesita unos padres: No somos sus amigos, somos sus padres.
7.- Después de la calma es hora de comentar el tema.- Hagamos un pequeño resumen de lo que pensamos que le ha pasado y nombremos la emoción que pudo haber sentido (miedo, tristeza, rabia…). Ayudémosle a pensar en posibles soluciones: “¿Qué podemos hacer?, ¿Qué necesitas para estar mejor?, ¿A quién podemos pedir ayuda?, ¿Qué puedo hacer yo por ti?”. Valoremos las consecuencias de cada una de las soluciones y no nos olvidemos de felicitarle por su madurez a la hora de afrontar el problema.
8.- Démosle más autonomía y responsabilidades.- En esta nueva etapa el adolescente tiene un trabajo interno para dejar de ser un niño. Y esto conlleva la necesidad de libertad para tomar decisiones y aprender a ser más independiente. Esta autonomía acarreará sin duda, la necesidad de establecer límites así como de afrontar las consecuencias de sus propios errores. Tareas como meter en la lavadora la ropa sucia, mudar la cama, recoger sus cosas… serán parte de sus obligaciones diarias, de manera que se quedará sin la camiseta que tanto necesita limpia sino la ha metido en la lavadora, tendrá que pagar la factura de su teléfono móvil sino controla su uso, se quedará sin cenar si llega fuera de hora… Es importante recordar que solucionarle la vida no le aportará ningún beneficio en el futuro. Nuestra tarea en este aspecto es simplemente acompañar en el proceso y ayudarle a superarlo, pero no evitar que cometa errores, ni asumirlos por él o sentirnos culpables. Para ello las tareas y las consecuencias deben estar claros, tanto para el adolescente como para las familias y ser consensuados por ambas partes. No vale el factor sorpresa. Por supuesto nos encontraremos con momentos en los que no podremos ceder: expliquemosle las razones y recordémosle que aún está bajo nuestra responsabilidad.
9.- Respetemos su intimidad.- Su cuarto es su refugio, su espacio personal que no desea compartir con los adultos. Necesita un ambiente propio donde poder reflexionar, escuchar música, hablar con sus amigos, leer… Se sentirá totalmente independiente si su cuidado queda a su cargo, pero será necesario establecer consecuencias si no cumple con sus responsabilidades. Los padres no debemos ser cómplices de su desorden. Es normal que quiera colocar su cuarto a su gusto, cambiar muebles de sitio,… pero debe contar con nuestro consentimiento y hacerse responsable de su cuidado, orden y limpieza. Ante situaciones de «descontrol» en la habitación, recordaremos el límite pactado y su consecuencia. No hace falta llegar al enfado.
10.- El horario.- Un adolescente debe organizar por sí mismo su rutina diaria: poner el despertador y levantarse, elegir su propia ropa, desayunar, llegar a la hora al instituto, decidir el momento de hacer sus tareas escolares y estudiar,… Tiene que asumir que esas son parte de sus responsabilidades y que sino las cumple, él tendrá que acatar las consecuencias. Le ayudaremos a darse cuenta de cuando tiene que ducharse, ordenar su cuarto,… pero tendrá que ser consciente de que si lo que quiere es independencia, asumir por sí mismo todas las responsabilidades conlleva que no nos metamos en su vida. Debemos ayudarle a que reflexione cuando sea necesario, y permitirle que él siga o no las pautas establecidas en su rutina diaria y que sea quien asuma las consecuencias de cumplirlo o no cumplirlo. Serán estas consecuencias las que le ayuden a reflexionar sobre si va por un buen o mal camino.
Por último no olvidemos nunca que para cuidar lo primero es cuidarse. Tenemos que tener en cuenta el cuidado de nuestra propia vida: nuestra alimentación, nuestro descanso, nuestros momentos de ocio, nuestra salud mental, nuestra forma física… Si nosotros estamos bien, ellos estarán bien. O lo que es lo mismo: Hakuna Matata “no te angusties, vive y sé feliz, aprovecha el momento, vive con positividad, bienestar y con más felicidad”. Si queremos que su vida sea saludable debemos dar ejemplo.
“Las situaciones no son desesperadas, solo hay personas que se desesperan en determinadas situaciones”.
Proverbio Tibetano