Anna Sintes Estévez
Psicóloga clínica infantil y juvenil. Área de Salud Mental.
Para maestros, educadores u otros profesionales del ámbito educativo, la autolesión puede ser un problema difícil de afrontar. Por ello, es necesario que tengan herramientas para identificar los posibles casos, y para responder de modo efectivo.
Los adolescentes que se autolesionan, a menudo tienen dificultades para gestionar sentimientos y emociones intensas, y utilizan esta conducta para reducir o escapar de estas emociones. El reforzamiento que implica esta reducción del malestar puede llevarles a repetir la conducta, aunque les suponga consecuencias negativas a más medio o largo plazo.
Cada vez más profesionales del ámbito educativo tienen que hacer frente a este fenómeno y necesitan saber cómo afrontar estos casos cada vez más frecuentes entre población adolescente.
Es recomendable que los centros educativos dispongan de un protocolo de respuesta en el que se concrete la forma de actuar, de modo general, si bien cada caso es único, y es necesario que los protocolos sean flexibles e individualizados. Los puntos claves que debería incluir un protocolo de actuación ante un alumno que se autolesiona serían los siguientes (adaptado del material de trabajo del Grupo GRETA):
- A. Cómo identificar las autolesiones.
- B. Cómo, cuándo y quién debe evaluar el caso.
- C. Roles y funciones de los profesionales.
- D. Cuándo y cómo se debe contactar con los padres o con algún profesional externo.
- E. Normas y guías para evaluar el riesgo.
A. Identificación:
En cuanto a la identificación de la autolesión no suicida (ANS), ésta puede ser complicada, porque muchos adolescentes esconden la conducta, lo hacen “en secreto”.
Es probable que el chico/a que se hace ANS lo hable con un amigo/a o con una pareja, antes que con un adulto. Esto puede hacer que el joven depositario de esta información se sienta inseguro, angustiado o ambivalente respecto a cómo debe actuar (si revelarlo a un adulto o no, por ejemplo). También puede que se sienta en la necesidad de ayudar a su compañero/a que se autolesiona, y asuma más responsabilidad de la que sería adecuado.
Es muy importante que los profesores, educadores, y el resto de profesionales de los centros educativos conozcan la elevada prevalencia de la autolesión en los jóvenes, así como los métodos más habituales y los motivos por los que las personas recurren a la autolesión.
Recibir formación específica puede ser útil para poder abordar este problema si aparece. En concreto, el personal deberá estar pendiente de los factores de riesgo o señales de alarma por autolesión, si bien es importante destacar que tanto los factores de riesgo (ver tabla a continuación) como los de alarma son de utilidad para poder iniciar una evaluación del caso, pero su presencia no implica necesariamente que esa persona se autolesione.
Factores de riesgo de alarma y señales de alarma ante jóvenes que experimentan ANS.
Factores de riesgo | Señales de alarma |
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B. Evaluación del caso:
El protocolo debería contemplar cuándo y cómo los profesionales deberían reportar la sospecha de que un estudiante está autolesionándose, y a quién debería reportar esta sospecha. En el caso de estar seguro de que un estudiante se autolesiona, la primera respuesta es muy importante, ya que puede condicionar que éste quiera hablar sobre la autolesión y que acepte pedir ayuda.
Algunos estudios sugieren que los profesionales del ámbito de la educación suelen experimentar emociones desagradables (como ira, preocupación, frustración, o repulsión) cuando se encuentran con un joven que se autolesiona.
Es importante ser consciente de estas emociones, y controlar la reacción, ya que podrían tener un impacto negativo en el joven. Hay que considerar que el joven que se autolesiona es probable que haya sufrido antes juicios y estigma sobre el hecho de autolesionarse. Algunas conductas que pueden ayudar a aumentar la probabilidad de que el estudiante pida ayuda, y que por tanto, convendría hacer, son: adoptar una actitud tranquila a la hora de hablar con el joven, y verbalizar que hay personas que se preocupan por él/ella, que no está solo/a y que, además, hay otras personas que también se autolesionan y que han podido dejar de hacerlo.
También conviene recordar al adolescente que la autolesión es una estrategia para afrontar el dolor emocional y que, por lo tanto, sabemos que está sufriendo. Es muy útil, cuando se habla con adolescentes utilizar sus propias palabras, su forma de referirse a la conducta (“me corto”, “me hago daño”), evitando tecnicismos. También cabe mencionar el uso de las estrategias básicas para una buena comunicación, como son la de mirar a los ojos, mostrar interés mediante la comunicación verbal y la no verbal, respetar los silencios, etc. Es importante que la comunicación sea no juiciosa, es decir, que el joven no se sienta valorado de forma negativa, y que no sienta que se le está etiquetando por incurrir en ANS.
Además, también existen unas pautas generales respecto a lo que deberíamos evitar hacer (en la medida de lo posible). Así, el personal educativo no debería mostrarse nervioso o inseguro. No debería mostrar rechazo respecto a lo que el joven está haciendo, no debería amenazar, dar ultimátums para que deje de hacerlo. Tampoco convendría centrarse solo en los detalles de la autolesión (método o frecuencia), si bien son cuestiones relevantes.
Otra orientación para maestros o educadores sería la de no hablar sobre la autolesión de aquel estudiante delante de la clase o de sus compañeros, o iniciar un debate sobre el tema, o hablar de la cuestión en clase. Las repercusiones de una iniciativa como ésta pueden ser imprevisibles y/o difíciles de controlar.
Uno de los aspectos más problemáticos de manejar en los grupos, y en las aulas en concreto, es el contagio social. El contagio social se refiere a como una conducta, como la autolesión, puede propagarse entre los miembros de un grupo. Podríamos identificarlo cuando, por ejemplo, hay dos casos en el mismo grupo en un espacio de veinte y cuatro horas, o un número significativo de casos dentro de un mismo grupo, como una clase.
En el centro educativo, el contagio social puede aparecer cuando existe algún caso de autolesión. Para prevenirlo se recomienda limitar la información que reciben los estudiantes sobre un caso en particular. Por ejemplo, puede ser útil hablar con la persona que se ha autolesionado para que se comprometa a no compartir esta información con sus compañeros, o evitar que pueda haber heridas visibles.
Por otra parte, sí que sería recomendable proporcionar a los estudiantes información y recursos sobre la autolesión, en un contexto más amplio del aprendizaje de habilidades de regulación emocional (sin relacionarlo con el joven identificado).
Es aconsejable que los miembros del equipo fomenten la demanda de ayuda por parte de todos los alumnos y que les animen a hablar con alguno de los miembros del profesorado o personal del centro si experimentan malestar. Es importante insistir en que esto debe hacerse con todos los alumnos y no solo asociado a las autolesiones; de lo contrario podríamos estigmatizar a aquellos estudiantes que se autolesionan.
Aunque los profesionales del centro deben tener información detallada sobre las autolesiones (tipo, métodos, función), hay que evitar estos detalles a los estudiantes. Esta información podría ser mal utilizada (“descubrir” utilizar nuevos métodos, o autolesionarse en otras partes del cuerpo).
Por último, si se detecta un caso de autolesión en el centro, no se recomienda abordarlo en dinámicas de tipo grupal (por ejemplo asambleas en clase, reuniones con otros alumnos, etc.). Habrá que hacerlo individualmente.
C. Roles y funciones de los profesionales
Para clarificar qué deben hacer los diferentes profesionales implicados, el protocolo de actuación debería incluir una explicación de los roles de cada persona implicada en el manejo del estudiante que está autolesionándose. En este punto, será especialmente importante la existencia de un equipo de crisis.
Este equipo puede estar formado por diferentes profesionales (docentes, enfermería, psicología, gestores). Preferiblemente, por las tareas que desarrollan en el centro, estos profesionales podrán identificar los posibles casos de autolesión. Sería aconsejable que este equipo recibiera formación específica por parte de los profesionales de la salud mental.
En la siguiente lista se muestran las principales responsabilidades del equipo de salud mental (adaptación del material publicado en la web del Grupo GRETA):
- Elaborar el protocolo de actuación ante la autolesión del centro.
- Responder ante cualquier sospecha o caso de autolesión, guiar y proporcionar apoyo al resto de profesionales del centro.
- Hablar con el estudiante. Asegurarse de que pueda ser atendido por enfermería si existe alguna herida.
- Asegurarse de que se evalúa el posible riesgo de suicidio.
- Actuar como un enlace entre el estudiante, los padres o tutores, el profesorado y el personal del centro, los compañeros, y posibles profesionales externos (por ejemplo médico de familia, psicólogo clínico, psiquiatra).
- Establecer una relación de confianza con el estudiante, que pueda ayudarle a superar su problema.
D. Informar a padres o contactar con algún profesional externo
En general, conviene comprometerse con el estudiante que no se comunicará a nadie su problema de autolesión, pero también hay que tener el apoyo del resto del equipo de crisis, de los padres y quizás es necesaria la intervención de algún profesional de la salud mental. Por lo tanto, habrá que animar al estudiante a que sea él mismo quien contacte con sus padres, y les explique el problema.
Una opción puede ser acordar una reunión con los padres y el alumno para poder hablar del problema. En esta reunión puede ser de ayuda proporcionar información sobre los recursos de salud mental a los que pueden acceder, así como de páginas web en la que pueden encontrar información sobre la autolesión.
E. Normas y guías para evaluar el riesgo
Es importante que el protocolo contemple la evaluación del riesgo, y en concreto, del riesgo de suicidio. Aunque la autolesión no es sinónimo de suicidio, es importante recordar que estas dos entidades pueden estar relacionadas.
Puede ser difícil valorar el riesgo en el ámbito académico. Algunos puntos que se pueden considerar serían los siguientes:
Riesgo bajo:
- Frecuencia baja (pocos episodios a lo largo de la vida).
- Métodos con poca capacidad de causar daño físico (por ejemplo rascarse, pellizcarse).
- Utilización de uno o dos métodos.
(*) Valorar este nivel de riesgo en el momento actual no implica que no se tenga que tomar muy en serio el caso. En comparación con las personas que no se autolesionan, las que sí lo hacen (aunque sea con un riesgo bajo), pueden escalar en el riesgo (autolesionándose cada vez más o de manera más severa) y presentan más ideas de suicidio.
Riesgo moderado
- Frecuencia baja (pocos episodios a lo largo de la vida).
- Métodos capaces de causar daño físico (por ejemplo, clavarse objetos afilados, golpearse).
- Uso de más de dos métodos de autolesión diferentes.
(*) Las personas que presentan un riesgo moderado muestran un mayor riesgo de suicidio que el grupo anterior, y también pueden presentar otros problemas de salud mental.
Riesgo alto:
- Frecuencia alta (más de cinco episodios en el último año; más de diez episodios a lo largo de la vida).
- Métodos capaces de causar daño físico importante (por ejemplo cortarse, quemarse).
- Uso de más de dos métodos de autolesión diferentes.
(*) Las personas que presentan un riesgo alto, pueden mostrar también un riesgo alto de suicidio, y también pueden presentar otros problemas de salud mental.
Fuente: FAROS Sant Joan de Déu